Hay clubes que tienen un encanto muy particular, repletos de personajes y situaciones que le dan un color único e inigualable.
Miles de amantes del tablero se han formado en sitios así, donde el folklore tradicional de cada lugar, lo condimentan de forma fascinante.

Desde Uruguay hasta la India, deben existir rincones tan sencillos como llenos de vida, con múltiples historias que suceden día tras día y que solo quedan en el recuerdo de quienes allí estuvieron presentes.
Pero siempre, el rescatarlas del olvido y plasmarlas en un papel es decisión de alquien que desea perpetuarla en el tiempo, como huella indeleble de un hecho importante que debe seguir conjugándose en presente.
Perú como acaba de demostrarlo en la Copa Latinoamericana tiene una impresionante cantera de jugadores de ajedrez,
Perú tiene un club como el Fortaleza con una fuente inagotable de historias para ser contadas,
Perú tiene, a Miguel Laura, un hombre que con su pluma en la mano, registra como pocos, una

tarde misteriosa vivida en un rincón de Lima, que al compartirla y hacerla pública se hace universal.
Tenemos el gran orgullo de ser los portadores de estas letras, que muy gentilmente Laura nos alcanzó, para deleitarnos con su prosa, y para que todos palpiten por dentro, una tarde en el club Fortaleza. Adelante poeta:
El ajedrecista
Por Miguel Laura
Llegó al club repentinamente. Nadie lo había visto antes. Tenía el pelo largo, la
barba y el bigote crecidos. Era delgado, de mirada profunda y reconcentrada. Vestía
jeans muy gastados y una camisa azul envejecida. Su apariencia en general era
extraña y desaliñada, pero había algo en él, quizá en su mirada un aura, un halo de
bondad, que inspiraba simpatía, respeto y confianza. Podría tener entre 25 o 50
años. A simple vista, era difícil determinar su edad. De espaldas parecía una
persona joven; mirándolo de frente, algo maduro. En suma, no se podía tener un
cálculo exacto.
Se paró al lado de una mesa donde dos jugadores expertos disputaban
aguerridamente una partida de ajedrez en la modalidad “blitz”: Sus cuerpos estaban
crispados, la respiración agitada, los rostros tensos y ansiosos, pero, concentrados
en la próxima jugada del rival y esperando un mínimo error, para dar la estocada
final, la puñalada perfecta, la pedrada en la frente, o mejor dicho, ¡La jugada maestra
que diera muerte al enemigo! Ambos rivales miraban con ansiedad y de reojo el reloj
que marcaba sus tiempos respectivos cuyas agujas, en cualquier momento, podían
caerse dando por perdida la partida. Se jugaba a tres minutos “a finish”, para cada
jugador y había que pensar rápido y con la mayor precisión… ¡Se jugaban la vida, el
honor, el orgullo de ajedrecistas acostumbrados al triunfo!
Alrededor de la mesa, un grupo de amigos miraban la partida embelesados y
quizá más ansiosos que ellos: cada gesto, cada jugada era motivo de comentarios y
murmullos en voz baja, pero llenos de emoción.
Se disfrutaba, había vida en esos momentos gloriosos ¡Era la belleza del arte
creativo del ajedrez! ¡La hermosura de la inteligencia y voluntad humana! Reflejada
en una partida que todos los presentes sentían y vivían con el alma en vilo. De
pronto, “Capulina” sacrificó un caballo por un peón y luego una torre por un alfil del
rival y todos murmuraron: ¡Grande Capulina! Era un sacrificio que ganaba la partida
dando Jaque Mate. El rival extendió su mano reconociendo su derrota. Acto seguido,
todos se miraron entre sí, para ver quién se atrevía a sentarse a jugar con ese
jugador que parecía no tener contemplaciones.
Uno, de entre el grupo, salió para sentarse y retó a Capulina. Era un maestro
“Fide”. Capulina no pareció asustarse y más bien subió la apuesta. El maestro
aceptó y empezó la batalla. La misma fuerza y brillantez en las jugadas de Capulina
hacían pensar que también ganaría y efectivamente, en pocas jugadas se dio por
ganador. Y ahora ¿Quién se atrevería a retar al “gordo”? Entonces, otro de los
presentes se sentó confiado y seguro, era también un maestro nacional, al cual,
Capulina volvió a ganar… Ya todos estaban a punto de esparcirse a otras mesas del
club, cuando “Capulina” invitó a jugar al “extraño”, que había mirado con tranquilidad
todos los acontecimientos. Para sorpresa de todos, este aceptó y se sentó
serenamente frente al tablero. Los curiosos volvieron a formar un ruedo y empezó la
partida. Desde el comienzo, noté que el “extraño” hacía una apertura rara, nunca
había visto esa secuencia de jugadas en una defensa siciliana. Era totalmente
desconocido para mí y creo para todos. De pronto, vimos a Capulina caer derrotado
sin atenuantes. Rápidamente, muy ofuscado, volvió a ordenar sus piezas para jugar
otras partidas más, que volvió a perder más rápido aun que las anteriores, y todos
pensaron para sí: “y ahora, ¿quién podrá enfrentarle para salvar el orgullo del club?”
Felizmente, estaba presente el respetado Maestro Fide “Fuentes”, que había
contemplado todas las partidas y aceptó, alentado por sus amigos, a disputar una
partida con ese personaje.
El extraño, empezó con piezas blancas, con un movimiento de peón poco
común: “h4”. Todos murmuraron… Era claramente una jugada inferior, según la
teoría vigente… Sin embargo, en pocas jugadas la partida empezó a discurrir por
caminos desconocidos. Pronto, el Maestro Fide estaba en una posición
desventajosa y con poco tiempo para sus jugadas. El extraño, se mantenía sereno,
pero sus ojos brillaban con un extraño fulgor y toda su expresión reflejaba una
profunda concentración. ¡El Maestro se rindió en 20 jugadas! Era asombroso nadie
lo podía creer. Siguieron más partidas y de igual modo el extraño se impuso con
facilidad. Entonces, alguien, llamó a un Gran maestro internacional que representa al
Perú en torneos internacionales. Llegó apurado y se sentó frente al extraño. Todos
miraban llenos de emoción y con suma expectativa. El extraño, jugo con piezas
negras y ante e4, Jugó h5 ¡Increíble, parecía una burla! Pero ya todos lo miraban
con admiración y respeto… En la décima jugada, el extraño hizo un sacrificio de alfil
por peón que obligaba al gran maestro a sacar a su rey hacia el centro del tablero,
pero, parecía no haber un serio peligro. Los murmullos, se hicieron más fuertes,
nadie creía que esta vez el extraño podía ganar esa partida, que a todas luces
estimaban que perdería. Cuán equivocados estábamos. De pronto, una magistral
jugada seguida de otro brillante sacrificio hizo rendir al gran maestro y todos
aplaudieron de manera espontánea. ¡Nuevamente, el extraño se hacía con el triunfo
sin inmutarse! Entonces, se paró y con una actitud respetuosa quiso despedirse,
pero su rival le pidió seguir jugando. Estaba herido en su honor. El extraño, aceptó
con respeto y le volvió a ganar de manera brillante tres partidas más. El gran
maestro, rendido, solo atinó a darle la mano y se levantó. Del mismo modo, el
extraño se paró y agradeciendo a todos con una mirada amable y tranquila salió con
pasos ágiles y decididos.
Todos querían saber quién era, ese personaje de cabellos largos y mirada
magnética, que de manera contundente había destrozado a sus rivales
experimentados y con títulos de grandes maestros. Pero el desconocido no dio
oportunidad a nadie y bajó rápidamente las escaleras que conducían hacia la calle.
Luego, aquellos que habían contemplado estos sucesos por demás emocionantes,
volvieron a sus respectivas mesas de juego para comentar lo acontecido.
El club Fortaleza, era una escuela de buenos jugadores. Llegaban allí, quizá
los mejores del Perú. Grandes maestros, nacionales e internacionales. Se vivía en
ese lugar un ambiente de continua competencia, entre personas que por alguna
razón se enfrentaban siempre. A veces, se generaban disputas y rencillas
aparentemente insalvables pero que solo duraban un momento o algunas horas,
porque al día siguiente se veía siempre a los mismos rivales enfrentados en una
nueva partida. Existían también momentos de alegría y jolgorio donde no faltaba la
chanza y las bromas subidas de tono e incluso había jugadores que jugaban
cantando como “Rojitas” que tenía una voz melodiosa y afinada y parecía que
cuando mejor cantaba, era cuando estaba ganando…Todos le pedían que cantase y
él los complacía. El problema era, cuando estaba perdiendo, en esos momentos
solo se escuchaba el golpeteo de los relojes, como el estruendo de la metralla en un
campo de batalla.
En esta guarida de lobos ajedrecísticos, pululaban jugadores memorables cono
“Chifa” que podía dar ventaja de tiempo de 10 minutos para su rival y solo uno para
él y aun así salía victorioso. También estaba “Marcos”. “Mamani”,” Beto” “Cueto”,
Flaqui,” “El abuelo”, “Irwin” “Pajarraco” “Monigote ”y otros anónimos, pero talentosos
maestros, que eran avezados ajedrecistas, tácticos e innovadores de la teoría
ajedrecística, que podían ganar o poner en serios aprietos a los grandes maestros
que visitaban el Club.
Ubicado en pleno centro de Lima, entre librerías de venta de “libros de viejo”,
tiendas de antigüedades, pubs y bares históricos como el “Queirolo”. Una casona
antigua que parecía una fortaleza hospedaba en su segundo piso al club que no en
vano tenía el mismo nombre que su apariencia: “Club Fortaleza”. Llegar a él, era
toda una aventura. Lo circundaba un mundo, de arte, literatura, música y poesía.
Subiendo por sus antiguas escaleras, encontrabas al ”Templo de la inteligencia y del
arte creador ajedrecístico” donde disfrutabas “en vivo” de la creación de bellas
“pinturas ajedrecísticas” realizadas por mentes anónimas, equiparables quizá, solo
con las grandes obras de arte de la humanidad.
De este lugar fascinante, me vi bajando, corriendo por las escaleras, para dar
alcance al extraño que me había causado tan honda impresión. ¿Qué me motivó a
seguirlo? No lo sé, ¡Quizá ese magnetismo misterioso que tienen los maestros para
con sus discípulos! Afuera, hacía frío y miré en dirección hacia la plaza Francia y
luego hacia la esquina donde estaba el Bar Queirolo. Me decidí ir en esa dirección.
De noche, el jirón Camaná, tiene una rara belleza, quizá por el alumbrado de
antiguos faroles de luz mortecina, que le dan una apariencia de misterio y nostalgia
que en esos momentos me parecieron más acentuados. Caminé rápidamente
mirando hacia el interior de las librerías que por allí existen, con la esperanza de
encontrarlo y para suerte mía lo vi, al interior de una de estas. Estaba mirando un
estante de libros con mucha atención. Me acerqué sigilosamente y me paré a unos
metros de él simulando también estar interesado en comprar algo. Escuché que
preguntó por el precio de un libro. La curiosidad me hizo mirar rápidamente el título:
La Doctrina Secreta de Helena Blavatsky. Dejó el libro sin comprarlo y salió. Más
adelante ingreso a una tienda de venta de discos antiguos de vinilo y pidió escuchar
un disco. ¡Era uno de Mozart y pidió que reprodujeran el tercer track! Era el
“Réquiem in D Minor” Apenas empezaron a sonar los primeros compases de la
música, su rostro empezó a transformarse y pude ver reflejarse en él, toda una gama
de hondas emociones de tristeza, dolor, angustia, y por momentos también, de
alegría entusiasmo y energía. En pocos minutos, ese rincón de ventas de discos
antiguos pareció transformarse en un templo de la música sacra. El extraño,
escuchaba la música con los ojos cerrados y con la cara levantada en dirección al
techo, mientras sus cabellos desordenados cubrían parte de su rostro y sus brazos
extendidos con las manos abiertas le daban una fuerza extraordinaria a su
expresión. Fue algo maravilloso, una escena estremecedora, un momento mágico
que nunca olvidaré. Luego, el extraño compro el disco y salió tan rápido como lo hizo
del Club.
Estuve a punto de seguir detrás de él, pero me percaté de que era una
conducta indigna, y me quedé parado en medio de la calle, viendo como el extraño
se perdía entre las sombras del Jirón Quilca. ¿Adónde iría? ¿Quién era realmente?
Quizá algún día volvería al club y allí tendría la oportunidad de forjar su amistad,
pensé…Pero han pasado ya algunos años y nadie lo ha vuelto a ver nunca más.