Es el padre del mejor ajedrecista uruguayo de la historia pero también un difusor ávido del ajedrez del Río de la Plata y un entusiasta todoterreno del ajedrez latinoamericano en general.

Recientemente fue nombrado por el embajador uruguayo en Cuba, Eduardo Lorier, como corresponsal de ajedrez entre ambos países para tender un puente que una la abundante cultura ajedrecística cubana con las ganas de crecer de un pequeño país como Uruguay.
Aunque aclara que fue un nombramiento de palabra, Víctor Rodríguez Mendieta ya se ha reunido con funcionarios de la embajada cubana en Uruguay para comenzar un camino de intercambios que acerquen jugadores y entrenadores de ese país a Uruguay, y que jugadores uruguayos puedan visitar la isla para participar de sus importantes torneos, a la vez de estar en contacto con un país que respira ajedrez.
«Cuba tiene buenos jugadores y entrenadores, así como historia y tradición, que Uruguay no la tiene, y a mi modo de ver sería muy oportuno que alguna de esas personas pudiera venir a volcar todos sus conocimientos y experiencia», dijo Rodríguez Mendieta en entrevista con Ajedrez del Sur.
El comienzo de la pasión por el ajedrez
«Cuando me inserté en el mundo del ajedrez me di cuenta de que el ajedrez tenía leyes muy similares al reflejo de la vida misma. Me apasionó. Comencé a jugar, a comprar libros, a ser habitué, cuando no podía ir al Círculo de Ajedrez íbamos a jugar a la Confitería Richmond, muy conocida», cuenta Rodríguez Mendieta.
La historia de Víctor es una de dos orillas, porque aunque nació en Uruguay, a lo largo de su vida estuvo en permanente tránsito entre Argentina y Uruguay.
Por motivos laborales y familiares fue alternando algunos años en su país de origen y otros en la vecina orilla, hasta que se radicó definitivamente en Uruguay hace un par de años.
Difusión y apoyo permanente a su hijo
A Víctor le interesaba más apoyar el crecimiento ajedrecístico de su hijo, el hoy GM Andrés Rodríguez Vila, que llevar a cabo una carrera de ajedrecista propia.
«Con mi cuñado empezamos a jugar. A él le gustaba mucho. Así fue que Andrés aprendió mirándonos y después rápidamente nos ganó, por supuesto», cuenta sobre el inicio en el juego del único Gran Maestro que tiene Uruguay.

«La primera instancia en que me dediqué a trabajar por el ajedrez para ayudar a Andrés fue desde el Club Progreso».
Más adelante el Gran Maestro Oscar Panno lo vio jugar a Andrés y le dijo a su padre que tenía muchas condiciones y chances de poder dedicarse al ajedrez.
Los maestros de Andrés fueron Mario Dávila, de Treinta y Tres, muy amigo de Víctor, y después empezó con Alejandro Bauzá, Roberto Silva Nazzari, Daniel Rivera y Walter Estrada, además de tres meses con Panno. Ahí se fue preparando y fogueando.
«Siempre que podíamos enviábamos a Andrés a torneos importantes que se hacían en Brasil y Argentina. También tuvo el apoyo de Walter [Estrada] desde el punto de vista económico y de todos los amigos que cuando Andrés tenía que hacer un viaje de larga distancia apoyaban para que él pudiera concurrir», dice Víctor.
«Pocos días antes de la muerte de Walter Estrada Andrés gana la medalla de oro en el Panamericano Sub-20 de Asunción en mayo de 1990. Le trajimos la medalla a Walter y a las pocas horas falleció. Estrada ayudó mucho para que Andrés consiguiera apoyo para jugar internacionalmente».
En Uruguay Víctor trabajó en el diario La Hora, “que supo valorar todo el esfuerzo que estábamos haciendo por difundir el ajedrez”. Organizaron cinco torneos internacionales auspiciados por el diario y con Walter Estrada fueron 12 las competencias internacionales llevadas a cabo en una época en la que había pocos torneos y hasta trajeron a la campeona mundial georgiana Nona Gaprindachvili.
También realizó algunos trabajos de ajedrez en el diario La República y alguna suplencia a Roberto Silva Nazzari en su columna de ajedrez del diario El Día.
Luego de la muerte de Estrada en 1990 ya había nacido la quinta hija del matrimonio de Víctor con su esposa Ivonne y buscando mejores horizontes emigraron nuevamente a Argentina y a partir de ahí se quedaron.
«Andrés ya era Maestro Internacional. De los 9 a los 14 ganó todos los campeonatos nacionales infantiles. A los 12 años ya estaba jugando la final del Campeonato Uruguayo Absoluto, el más joven en la historia. En 1989 finalizó 4° en el Campeonato del Mundo Sub-14», cuenta con orgullo Víctor sobre su hijo.

Hoy en día seguís acompañando a tu hijo Andrés en todos los torneos que podés. ¿Cómo se da ese vínculo?
Disfruto poder estar en los torneos en los que juega Andrés. También en los que no está. Mientras mi hijo está lo voy a estar acompañando. Durante muchos años no pude venir al Uruguay. Tengo 5 hijos, 10 nietos. Con la madre de mis hijos tuvimos que hacer un gran esfuerzo laboral para que todos tuvieran una carrera, un estudio y pudieran salir adelante. Eso es lo más lindo de todo y que es mucho más importante que los logros que cada uno individualmente pueda alcanzar.
Ahora Víctor está viviendo nuevamente en Uruguay.
Una vida de amor
«Con la madre de mis hijos hicimos un recorrido de 46 años. A comienzos de los 2000 ella enfermó de Epoc (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica). En ese momento renuncié de la empresa en la que estaba trabajando para poder estar en mi casa y hacer un emprendimiento con ella. La Epoc es una enfermedad muy difícil de llevar. Hubo que replantear todo en casa. Empezamos a trabajar juntos para que ella estuviera acompañada. En los siguientes 15 años tuvo una calidad de vida muy buena, dentro de la situación general. El 7 de abril hicieron 2 años desde que ella falleció. En los últimos años viajamos bastante a Europa y por algunos países de Sudamérica», narra sobre la mujer con la que tuvo 5 hijos y pasó gran parte de su vida.
Pero, por las vueltas de la vida, un tiempo después de fallecida su esposa el destino le tendría preparada una sorpresa sobre la que, nos cuenta en primicia, ya está escribiendo un libro.
«Antes de hacer pareja con la madre de mis hijos estuve en pareja y casado con una compañera. Nos habíamos divorciado por incompatibilidades. Habíamos tenido una hija divina, Daniela, que nació en 1968 y que falleció a los pocos meses de nacer. Éramos muy jóvenes y eso influyó negativamente y se produjo la separación. Cada uno siguió su vida, los dos tuvimos nuestras familias. Las circunstancias de la vida llevaron a que al año de que falleciera Ivonne me encontrara con ella, empezamos a conversar y decidimos compartir el recorrido que nos pueda quedar en la vida. Tenemos ese puente que nos une que es nuestra hija Daniela. Con Ana nos llevamos muy bien, es una vida completamente diferente a la de aquel entonces, ella es escritora, política. Ella está por publicar su quinto libro».
A Víctor le gusta el cine, el teatro, mucho el fútbol, cultivar los amigos, que tiene muchos, cuenta, y ama Montevideo. Tiene un libro sobre su recorrido en el ajedrez del Río de la Plata casi pronto.
Además, confiesa que tiene mucha admiración por Cuba y todo el trabajo que se ha hecho en ese país. Y en particular por la pasión con que se vive el ajedrez allí.
«En los muritos del Paseo del Prado de La Habana se reúnen aficionados a jugar. Me asombra, hablando con ellos y sin ser jugadores federados, lo interiorizados que están sobre el ajedrez cubano. La influencia del único campeón del mundo latinoamericano, José Raúl Capablanca, de María Teresa Mora, la única mujer en ganar el absoluto cubano y la pasión que tenía el Che Guevara y Fidel Castro contribuyeron a eso y a la realización del primer Memorial Capablanca. Es una cantera inagotable de jugadores», dice Víctor, que estuvo de visita en Cuba en febrero pasado.